martes, 17 de marzo de 2009

Sin consuelo.
Abre los brazos cuando la sopla el viento, cuenta las hojas que se caen de los árboles, cierra las alacenas cuando alguien las deja abiertas y apaga las luces.

Camina por las veredas con baldozas como el caballo del ajedréz, come verduras naranjas, acaricia gatos negros, no camina por veredas con granito, nunca, va por la calle.
Va por la calle cada vez que puede y no le teme a la muerte, porque le gusta dormir.
Lastima a algunos hombres y luego los besa para confundirlos, porque a su madre le gustó irse sin avisar, sin consolarla. Desde entonces, Olivia no es cobarde, ni fiel y nunca siente culpas, porque las culpas lo ponen tristes a uno, y ese le parece motivo suficiente.
Acomoda los libros por tamaño, y nunca come, sino, al menos diez minutos después de que la comida está en su mesa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario